PONLE FRENO.

El día de la boda los novios quieren verse rodeados de gente querida y conocida. Pero muchas veces, por cuestiones de protocolo, se ven enredados en una dinámica de invitaciones que es difícil de detener. Y al final la lista se va engrosando por momentos y los números dejan de cuadrar. Sin embargo, es posible tener una celebración de ensueño, con una compañía de ensueño sin necesidad de volverse locos. Solo hay que ser fuertes.

Los expertos recomiendan, en primer lugar, que la lista se mantenga privada el mayor tiempo posible. Aunque la emoción del momento pueda disparar la tentación de mostrársela a padres y amigos, no conviene hacerlo antes de que esté cerrada. Lo que suele suceder es que, una vez que se comunica, empiezan a caer sobre las cabezas de los novios todo tipo de sugerencias de nombres y contactos que podrían ser también tenidos en cuenta. De ahí que sea más prudente intentar completar la lista de forma independiente antes de ponerla en común con la familia.

Establecer categorías. Esta fórmula consiste en asignar estrellas a los invitados que se desea, a toda costa, que estén presentes en la fiesta  dejando al resto, inmediatamente, en  un segundo plano. De esta manera resultará más fácil discernir quiénes son imprescindibles y quiénes no. Y es que más vale que sean pocos pero buenos.

Una vez que está  finalizado el listado conviene realizar una segunda lectura dejándose llevar por el instinto. Es decir, escuchando esa voz interior que en seguida distingue cuándo se está invitando a alguien por puro compromiso. Y así, al leer los nombres, la primera sensación que inunde el pecho podrá considerarse la última palabra. No suele fallar.

En el caso en el que invitar a determinadas personas suponga un dilema moral para cualquiera de los novios, estos tendrán que plantearse seriamente si prefieren tener una boda como estipula lo políticamente correcto o según el dictado de sus corazones. Al fin y al cabo, esa disyuntiva  no es otra cosa que una batalla entre lo que esperan los demás y lo que realmente desean ellos mismos. Por desgracia nunca lloverá a gusto de todos y puede que, sin querer, se hieran sentimientos pero no hay que perder de vista que, boda, solo hay una (al menos en principio).

En definitiva, de lo que se trata es de aceptar que no se puede invitar a todo el mundo y que es necesario parar en algún momento. Esto implica, también, reconocer que habrá quienes se lo tomen mejor y quienes puedan sentirse ofendidos. Si la pareja es capaz de sobrellevar esa posibilidad, entonces podrán ceñirse al presupuesto sin problemas. Porque lo más duro, siempre, es poner límites.

¿Estáis preparados?

 

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